domingo, 26 de julio de 2020

San Joaquín y Santa Ana. Patronos de los Abuelos.

FELIZ DÍA A TODOS LOS ABUELOS DEL MUNDO
Joaquín (significa Yahweh prepara). 

Una antigua tradición, que arranca del siglo II, atribuye los nombres de San Joaquín y Santa Ana a los padres de la Santísima Virgen María. El culto a santa Ana se introdujo ya en la Iglesia oriental en el siglo VI, y pasó a la occidental en el siglo X; el culto a san Joaquín es más reciente. 

No conocemos de Joaquín y Ana con certeza más que sus nombres y el hecho de que fueron los santos padres de la Madre de Dios. Lo que relatan sobre ellos los libros apócrifos no es todo confiable y es difícil distinguir lo cierto de la leyenda. Sin embargo, se relata que contrajo matrimonio con Santa Ana a la edad de veinte años. Pronto se trasladaron a Jerusalén, viviendo, al parecer, en una casa situada cerca de la famosa piscina Probática. Gozaban ambos esposos de una vida conyugal dichosa y de un desahogo económico que les permitía dar rienda suelta a su generosidad para con Dios y a su liberalidad para con los prójimos. Algunos documentos llegan incluso a decir que eran los más ricos del pueblo y dan incluso una minuciosa relación de la distribución que hacía San Joaquín de sus ganancias. 

Sólo una sombra eclipsaba su felicidad y ésta era la falta de descendencia después de largos años de matrimonio. Esta pena subió de punto al verse Joaquín vejado públicamente una vez por un judío llamado Rubén al ir a ofrecer sus dones al Templo. El motivo de tal vejación fue la nota de esterilidad, que todos por entonces consideraban como señal de un castigo de Dios. Tal impacto causó este incidente en el alma de San Joaquín, que inmediatamente se retiró de su casa y se fue al desierto, en compañía de sus pastores y rebaños, para ayunar y rogar a Dios que le concediera un vástago en su familia. 

Después de cuarenta días de ayuno Joaquín recibió una visita de un ángel del Señor, trayéndole la buena nueva de que su oración había sido oída y de que su mujer había concebido ya una niña, cuya dignidad con el tiempo sobrepujaría a la de todas las mujeres y quien ya desde pequeñita habría de vivir en el templo del Señor. Poco antes le había sido notificado a Ana este mismo mensaje, diciéndosele, además, que su marido Joaquín estaba ya de vuelta. Efectivamente, Joaquín, no bien repuesto de la emoción, corrió presurosamente a su casa y vino a encontrar a su mujer junto a la puerta Dorada de la ciudad, donde ésta había salido a esperarle. 

Llegó el fausto acontecimiento de la natividad de María, y Joaquín, para festejarlo, dio un banquete a todos los principales de la ciudad. Durante él presentó su hija a los sacerdotes, quienes la colmaron de bendiciones y de felices augurios. Joaquín no echó en olvido las palabras del ángel relativas a la permanencia de María en el Templo desde su más tierna edad, e hizo que, al llegar ésta a los tres años, fuera presentada solemnemente en la casa de Dios. Y para que la niña no sintiera tanto la separación de sus padres procuró Joaquín que fuera acompañada por algunas doncellas, quienes la seguían con candelas encendidas. 

Santa Ana

Una mujer paciente y humilde. Durante veinte años Ana sufre sin queja la tremenda humillación de la esterilidad. Cuando, por fin, su amargura se derrama en presencia del Señor, sus quejas son tan suaves y humildes que inclinan al Señor a escucharla. Su larga prueba no ha endurecido su corazón, no le ha agriado. Es todavía capaz de reconocer que todas las criaturas de Dios siguen siendo buenas y la obra del Señor, perfecta; es ella únicamente la que parece desentonar en este armonioso conjunto. Y —nótese ese detalle de una exquisita femineidad— en honor del Señor, en su día, se viste de gala aunque su corazón esté triste. Toda mujer sabrá apreciar lo que esto supone de delicado olvido de sí. 

Una mujer generosa. Pide para tener, a su vez, el gozo de dar. En cuanto tiene la seguridad de haber sido escuchada, su primer pensamiento es devolver algo por la gracia recibida: hará donación a Dios de este mismo hijo cuyo nacimiento se le anuncia. 

Una mujer agradecida. En su felicidad no se olvida de dar gracias al Señor. ¡Y con qué júbilo exultante y candoroso! “Oíd, oíd, las doce tribus de Israel: Ana está amamantando!” Ella misma ignora cuán fausta es la nueva que está anunciando a Israel y al mundo entero: “¡Ana está amamantando!”
Una mujer abnegada, dispuesta a desprenderse de su hija para siempre; a privarse de ella cuando sea preciso para darse a los demás. Así, dejando a la niña en su cuna, se dedica a atender a sus invitados. 

Abnegada, pero no fría ni insensible. “Esperemos —le dice a su esposo—, esperemos a que la pequeña cumpla tres años… No sea que vaya a tener añoranza de nosotros…” Y en su voz temblorosa se adivina la añoranza que está ya atenazando su propio corazón. La vena soterrada de la ternura asoma en estas tímidas palabras de Ana. Y ésta es la pincelada definitiva, la que nos revela su alma entera y nos la hace sentir muy cercana a nuestro corazón. 

La santidad de Santa Ana es tan grande por las muchas gracias que Dios le concedió. Su nombre significa "gracia". Dios la preparó con magníficos dones y gracias. Como las obras de Dios son perfectas, era lógico que Él la hiciese madre digna de la criatura más pura, superior en santidad a toda criatura e inferior solo a Dios. 

Estos son los detalles que la tradición cristiana nos ha transmitido acerca de la vida de San Joaquín y de Santa Ana. Todos ligados, naturalmente, al nacimiento y primeros pasos de María sobre la tierra. Si es verdad que buena parte de los referidos episodios deben su inspiración a analogías con figuras del Antiguo Testamento y al deseo de satisfacer nuestra curiosidad sobre la ascendencia humana de Jesús, no lo es menos que todos, en conjunto, ofrecen una estampa amable y altamente ejemplar del padre de la Virgen, que ha sido forjada por muchos años de tradición y que goza del refrendo autorizado de la Iglesia. 

Oración 
Insigne y glorioso patriarca San Joaquín y bondadosísima Santa Ana, ¡cuánto es mi gozo al considerar que fueron escogidos entre todos los santos de Dios para dar cumplimiento divino y enriquecer al mundo con la gran Madre de Dios, María Santísima! Por tan singular privilegio, han llegado a tener la mayor influencia sobre ambos, Madre e Hijo, para conseguirnos las gracias que más necesitamos. 

Con gran confianza recurro a su protección poderosa y les encomiendo todas mis necesidades espirituales y materiales y las de mi familia. Especialmente la gracia particular que confío a su solicitud y vivamente deseo obtener por su intercesión. 

Como ustedes fueron ejemplo perfecto de vida interior, obténgame el don de la más sincera oración. Que yo nunca ponga mi corazón en los bienes pasajeros de esta vida. Denme vivo y constante amor a Jesús y a María. Obténganme también una devoción sincera y obediencia a la Santa Iglesia y al Papa que la gobierna para que yo viva y muera con fe, esperanza y perfecta caridad. 

Que yo siempre invoque los santos Nombres de Jesús y de María, y así me salve. 

Amén 





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