Oraciones a la Virgen. Reina Celestial
1. Oh Dios, que por la concepción Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de Tu Hijo la preservaste de todo pecado, concédenos por su intercesión llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
2. Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A Ti, celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día, alma, vida y corazón. Mírame con compasión y no me dejes, Madre Mía.
3. Santísima Virgen de Guadalupe Defiéndenos en las tentaciones, consuélanos en las tristezas, y ayúdanos en todas nuestras necesidades. En los peligros, en las enfermedades, en las persecuciones, en las amarguras, en los abandonos, en la hora de nuestra muerte, míranos con ojos compasivos y no te separes jamás de nosotros.
4. Oh María!, si pongo mi confianza en Ti, seré salvo; si me hallare bajo tu protección, nada he de temer, porque ser tu devoto es tener armas seguras de salvación, que Dios concede a los que quiere salvar. ¡Oh Madre de misericordia!, intercede por nosotros y en la hora de nuestra muerte recíbenos en tus brazos y presenta nuestras almas a tu divino hijo, Jesús, y esto será bastante para que El nos mire con amor y nos reciba en su reino. Amén.
5. ¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.
Papa Francisco.
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