lunes, 8 de junio de 2020

Bienaventurados los...



En la lectura de las bienaventuranzas hay que distinguir las partes que contiene cada una de ellas. Tomemos como modelo la primera:
(1) la declaración “Bienaventurados…”, que será repetida siempre al comienzo;
(2) la situación o la actitud que sirve de base para la experiencia: “…los pobres de espíritu” (en este caso se trata de una actitud); y
(3) la causa de la bienaventuranza: “…porque de ellos es el Reino de los Cielos”.

(1) La declaración “Bienaventurados”

Nueve veces se repite la palabra “Bienaventurados”, pero las bienaventuranzas en realidad son ocho, ya que la novena es una ampliación de lo dicho en la octava. La expresión describe el nuevo estado en el que se encuentra todo aquel que ha entrado en el ámbito del Reino de Dios: el estado de plenitud interna que comúnmente llamamos “felicidad”.

La bienaventuranza es la atmósfera de la vida del Reino, un Reino que ya está siendo experimentado: atención con la expresión “de ellos es el Reino” (5,3 y 10). Por eso, la repetición nueve veces del mismo término pareciera querer ayudar a una toma de conciencia: “Porque Usted sigue a Jesús, ya tiene todos los motivos para ser feliz; ¡Mire lo que Dios está haciendo en su vida!”. ¡Qué estaría viviendo la multitud aquel día, cuando Jesús le puso el espejo al frente y los invitó a reconocer su nuevo estado de vida!

(2) Las actitudes o situaciones que paradójicamente abren las puertas para la felicidad del Reino. Las ocho bienaventuranzas van describiendo progresivamente el rostro de un discípulo de Jesús, y, si nos fijamos bien, notaremos que se trata del mismo rostro de Jesús.

a) La pobreza en Espíritu (5,3): indica la apertura total a Dios y a los hermanos. El “rico” en espíritu es el autosuficiente y orgulloso (ver Apocalipsis 3,17). El Reino se recibe cuando se reconoce la radical necesidad de Él (el evangelio da numerosos ejemplos de ello).

b) La mansedumbre (5,4): describe a la persona que ejerce el control de sí misma en sus emociones e impulsos (ver el Salmo 37), que no pretende dominar ni controlar a los otros; es la persona que sabe convivir.

c)  Las lágrimas (5,5): se refiere al estado de una persona en proceso de duelo por su propia desgracia o la de los otros; generalmente se vive en las rupturas de relación (la muerte, un pecado, etc.). De alguna manera se refiere a la pobreza porque hay un vacío que pide ser llenado.

d) El hambre y la sed de la justicia (5,6): “hambre y sed” son dos necesidades vitales del ser humano que no admiten dilación para la solución. Esta búsqueda compulsiva de lo esencial para vivir se traslada al terreno de las relaciones: recomponer las relaciones deterioradas, es decir, la “justicia”.

e) La misericordia (5,7): en el evangelio de Mateo el término “misericordia” está casi siempre asociado al de “perdón”.  Pero hay un punto de vista más amplio: donde quiera que alguien sufra allí hay que reconstruir, mediante una acogida efectiva, el tejido social deteriorado.

f) La pureza de corazón (5,8): no se refiere a una especie de inocencia (que pareciera congénita en algunas personas) sino estado de limpieza interior en que se encuentra todo aquel que ha sido purificado por el sacrificio redentor de Jesús. En un corazón puro las motivaciones son distintas a las de los demás: no hay codicia, no se guarda rencor, se valora objetivamente, sólo se desea el bien a los demás.

g) El trabajo por la paz (5,9): de nuevo nos encontramos en el ámbito relacional, particularmente en ambiente conflictivo; en lugar de insistir en lo que puede desunir, por el contrario se aporta siempre a lo que puede mantener y hacer crecer las buenas relaciones: las propias y las de los demás.

h) La persecución por causa de la justicia (5,10-12): la identificación con Jesús y el compromiso profético con su Reino (ver todo lo anterior) tiene su precio: lleva a compartir el destino doloroso del Maestro. La persecución viene de diversas formas, pero la más destacada es la difamación. Pero a pesar de toda la violencia que se le viene encima, el discípulo no responde con violencia; es verdad que es una víctima inocente, pero su actitud es otra, la de la resistencia de la alegría: no hay alegría mayor para un discípulo que el saber que se parece en todo a su Maestro Jesús.

SIGAMOS MEDITANDO Y CONTEMPLANDO LA PALABRA:

¿Me considero una persona “feliz”?
¿De dónde proviene esta felicidad?
¿Qué caminos me propone Jesús?

En el núcleo de la proclamación del Reino está el conocimiento del rostro bendito de Dios Padre. ¿Qué experiencia de Dios Padre me invita a vivir Jesús?

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