En la lectura de las bienaventuranzas hay
que distinguir las partes que contiene cada una de ellas. Tomemos como modelo
la primera:
(1) la declaración “Bienaventurados…”, que
será repetida siempre al comienzo;
(2) la situación o la actitud que sirve de
base para la experiencia: “…los pobres de espíritu” (en este caso se trata de
una actitud); y
(3) la causa de la bienaventuranza:
“…porque de ellos es el Reino de los Cielos”.
(1) La declaración “Bienaventurados”
Nueve veces se repite la palabra “Bienaventurados”,
pero las bienaventuranzas en realidad son ocho, ya que la novena es una ampliación
de lo dicho en la octava. La expresión describe el nuevo estado en el que se
encuentra todo aquel que ha entrado en el ámbito del Reino de Dios: el estado
de plenitud interna que comúnmente llamamos “felicidad”.
La bienaventuranza es la atmósfera de la
vida del Reino, un Reino que ya está siendo experimentado: atención con la
expresión “de ellos es el Reino” (5,3 y 10). Por eso, la repetición nueve veces
del mismo término pareciera querer ayudar a una toma de conciencia: “Porque
Usted sigue a Jesús, ya tiene todos los motivos para ser feliz; ¡Mire lo que
Dios está haciendo en su vida!”. ¡Qué estaría viviendo la multitud aquel día,
cuando Jesús le puso el espejo al frente y los invitó a reconocer su nuevo
estado de vida!
(2) Las actitudes o situaciones que
paradójicamente abren las puertas para la felicidad del Reino. Las ocho
bienaventuranzas van describiendo progresivamente el rostro de un discípulo de
Jesús, y, si nos fijamos bien, notaremos que se trata del mismo rostro de
Jesús.
a) La pobreza en Espíritu (5,3): indica la
apertura total a Dios y a los hermanos. El “rico” en espíritu es el
autosuficiente y orgulloso (ver Apocalipsis 3,17). El Reino se recibe cuando se
reconoce la radical necesidad de Él (el evangelio da numerosos ejemplos de
ello).
b) La mansedumbre (5,4): describe a la
persona que ejerce el control de sí misma en sus emociones e impulsos (ver el
Salmo 37), que no pretende dominar ni controlar a los otros; es la persona que
sabe convivir.
c)
Las lágrimas (5,5): se refiere al estado de una persona en proceso de
duelo por su propia desgracia o la de los otros; generalmente se vive en las
rupturas de relación (la muerte, un pecado, etc.). De alguna manera se refiere
a la pobreza porque hay un vacío que pide ser llenado.
d) El hambre y la sed de la justicia (5,6):
“hambre y sed” son dos necesidades vitales del ser humano que no admiten
dilación para la solución. Esta búsqueda compulsiva de lo esencial para vivir
se traslada al terreno de las relaciones: recomponer las relaciones
deterioradas, es decir, la “justicia”.
e) La misericordia (5,7): en el evangelio
de Mateo el término “misericordia” está casi siempre asociado al de
“perdón”. Pero hay un punto de vista más
amplio: donde quiera que alguien sufra allí hay que reconstruir, mediante una
acogida efectiva, el tejido social deteriorado.
f) La pureza de corazón (5,8): no se
refiere a una especie de inocencia (que pareciera congénita en algunas
personas) sino estado de limpieza interior en que se encuentra todo aquel que
ha sido purificado por el sacrificio redentor de Jesús. En un corazón puro las
motivaciones son distintas a las de los demás: no hay codicia, no se guarda
rencor, se valora objetivamente, sólo se desea el bien a los demás.
g) El trabajo por la paz (5,9): de nuevo
nos encontramos en el ámbito relacional, particularmente en ambiente
conflictivo; en lugar de insistir en lo que puede desunir, por el contrario se
aporta siempre a lo que puede mantener y hacer crecer las buenas relaciones:
las propias y las de los demás.
h) La persecución por causa de la justicia
(5,10-12): la identificación con Jesús y el compromiso profético con su Reino
(ver todo lo anterior) tiene su precio: lleva a compartir el destino doloroso
del Maestro. La persecución viene de diversas formas, pero la más destacada es
la difamación. Pero a pesar de toda la violencia que se le viene encima, el
discípulo no responde con violencia; es verdad que es una víctima inocente,
pero su actitud es otra, la de la resistencia de la alegría: no hay alegría
mayor para un discípulo que el saber que se parece en todo a su Maestro Jesús.
SIGAMOS MEDITANDO Y CONTEMPLANDO LA
PALABRA:
¿Me considero una persona “feliz”?
¿De dónde proviene esta felicidad?
¿Qué caminos me propone Jesús?
En el núcleo de la proclamación del Reino
está el conocimiento del rostro bendito de Dios Padre. ¿Qué experiencia de Dios
Padre me invita a vivir Jesús?
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