Del Santo Evangelio según San Mateo (17,1-9):
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
REFLEXIÓN
Para un lector familiarizado con la Biblia, evocar la subida a un monte, mencionando a Moisés y la presencia de una nube, todo eso nos remite al episodio de Moisés en el Sinaí. (Ex.24). Cuando Moisés bajó del Sinaí tenía la cara radiante. y eso expresa la revelación de Dios. Jesús es el Nuevo Moisés.
1.– Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó a una montaña alta.
La montaña es el lugar de las teofanías o manifestaciones de Dios. Si encima era “alta” significa una manifestación profunda, muy especial. Jesús manifiesta lo que es: “El Hijo amado del Padre” Ya no hay que escuchar ni a Moisés (La Ley) ni a Elías (los profetas). Jesús sube a la montaña con tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan. ¿Por qué esos tres? ¿Por ser sus predilectos? No. Porque lo necesitan. Pedro ha pretendido apartar a Jesús de la Cruz. Y Jesús le ha reprendido fuertemente. Santiguo y Juan, en el mismo camino hacia Jerusalén, cuando Jesús hablaba de lo que tenía que padecer el Hijo del Hombre, ellos hablan de los “primeros puestos” de “quien será el más importante”. Y estos mismos discípulos, al no ser bien recibido Jesús por los samaritanos, le han pedido que “lloviera sobre ellos fuego del cielo”. Jesús les regañó” (Lc. 9,54-55). Jesús se los sube a la montaña para cambiarles, para transformarles.
2.– Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Y aquí vienen dos errores graves de Pedro: 1) El querer permanecer siempre en la montaña. Jesús sube a la montaña, pero para bajar. En la montaña, cerca del cielo, se puede estar muy bien; pero el mundo, la gente, los problemas, las preocupaciones, están abajo. Ciertamente que hay que mirar más al cielo, pero para pisar mejor la tierra. ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? (Hech. 1,11). 2) El segundo error está en pretender hacer “tres tiendas iguales”. Es decir, Pedro pone a Jesús al mismo nivel que Elías y Moisés. Es como un personaje importante del A.T. ¿Todavía no se ha enterado Pedro de quien es Jesús? El evangelista Marcos, en su lugar paralelo, dice: “Pedro no sabía qué decía” (Mc. 9,6). Y nosotros, que llevamos tanto tiempo siguiendo a Jesús, estamos muy equivocados cuando, en la práctica, damos más importancia al dinero, al ocupar un cargo importante, al ser más que los demás, al pasarlo bien, que a Jesús. Y debemos tener muy claro que Jesús no es “uno más”. Jesús es Dios, es el Absoluto, el Definitivo, el Señor a quienes debemos entregar las riendas de nuestra vida.
3.- “Al alzar los ojos no vieron más que a Jesús solo”.
Y, según el evangelista, este debe ser el resultado de este encuentro. A la montaña, hemos podido subir con una mirada corta y miope al estilo de los discípulos. Pero de la montaña no se puede bajar uno como se ha subido. Un verdadero encuentro con Dios nos cambia, nos purifica, nos transforma, nos hace ver la vida de otra manera. Y qué bonita sería la vida si todo lo viéramos con los ojos de Jesús. Qué mirada tan honda, tan misteriosa, tan escalofriante tendríamos hacia nuestro Padre Dios. Y qué mirada tan bondadosa, tan comprensiva, tan misericordiosa hacia nuestros hermanos. Podríamos decir lo mismo que Jacob con relación a su hermano Esaú ya arrepentido: «He visto a Dios en el rostro benévolo de mi hermano”.
PREGUNTAS
1.- ¿Me gusta subir a la montaña de Dios? ¿Rezo con frecuencia? ¿Subo al monte con idea de bajar a la llanura?
2.- ¿Qué importancia tiene Jesús en mi vida? ¿Acudo a Él solamente cuando lo necesito? ¿Sería lo mismo mi vida sin Él?
3.- Una vez que he puesto mi mano en el arado y he dicho sí a Jesús, ¿Me gusta mirar atrás? ¿Puede haber algo mejor que Jesús?
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